Francois Vallée

Andrés Montalván, herrero del espacio.
« Así, con la obra del hierro estilizado, frente a un cosmos metálico, hay que, no sólo contemplar,   hay que participar en el devenir ardiente de una violencia creadora.  El espacio de la obra no es sólo geometrizado. Es aquí dinamizado. Un gran sueño rabioso ha sido martillado. »                                                                                                                                                                                                                            Gaston Bachelard
    Artista extraordinario, que nos da prueba de  una capacidad de innovación y de renuevo considerables, así como de un dominio excepcional de los materiales, Andrés Montalván es, en el campo de la escultura y del dibujo,  el representante cubano más importante de una generación  ( la de los años 90)  dominada por los pintores, fotógrafos, videastas, instalacionistas, performers.  Sin embargo, si el reconocimiento de muchos de éstos últimos ha sido ampliamente corroborado, tal no es el caso de Montalván, ausente, salvo sagradas excepciones, en las colecciones públicas cubanas e internacionales. Su obra ha sido raramente expuesta fuera de su país de origen y  queda, con mucho,  por descubrir.
       La figura de Montalván aparece como la de un ermitaño que, lejos del  ruido del  mundo del arte y de la comedia social construye un universo a su medida. Independientemente del juicio de los demás y de las leyes mecánicas del mercado del arte.  Montalván no le pertenece a nadie.  Ni a  ningún grupo. Y resiste al modelo utilitarista predominante. No cree en ningún concepto, porque sabe que el arte no tiene opinión, contrariamente a lo que cree y quiere la sociedad ; el arte no progresa, casi no tiene esencia y no es de ningún  modo ni  una ciencia, ni un absoluto poseedor de todos los significados posibles . Dando la impresión de que evoluciona,  no hace sino cambiar  proporcionando nuevas indicaciones y reflexiones sobre el mundo que lo rodea. Así, Montalván sólo tiene fe en la convicción del artista, en su probidad, en su genio. Es decir, en su instinto. No concibe ningún compromiso posible, ninguna deuda que satisfacer , ningún juramento de vasallaje sino hacia su arte. Montalván mantiene un diálogo sutil con los artistas que admira : Matisse, Rodin, Brancussi, Cárdenas, Chillida, André, Serra, Edwards... Pero sin ser nunca su imitador pasivo.
       Si resulta difícil resumir su búsqueda artística con ayuda de categorías generales, es que su desarrollo se caracteriza singularmmente por su aspecto no lineal. Siempre  en devenir, pronta a renovarse, a poner en tela de juicio las experiencias formales más consolidadas, a extender el potencial de la instancia escultural a través de combinaciones de forma inéditas . O de urgentes experimentaciones de materiales sin renegar jamás de su pertenecia a la tradición  modernista  de una  escultura construída,  física ante todo, pero poniendo el acento en los atributos ópticos de ésta,  su obra no se deja catalogar.  La palabra que se impone a la mente ante esta obra es la de « creación », palabra a veces trillada , pero en su sentido más fuerte, evocadora de innumerables armónicos que no deja de hacer vibrar. Esta obra, que permanece en el registro de la figuración o de la metáfora antropomófica, nos hace volver a las categorías cardinales que son el tiempo y el espacio , a las gigantescas fuerzas originales, a la dimensión espiritual de la actividad humana creadora, dimensión que le da una plena terminación. Participa a dar una forma plástica a una inquietud de lo fundamental, a volver a encontrar las raíces de un arte que no se separa de la primitiva sustancia nutricia, en la revelación de un estado interior , y constituye así una práctica espiritual.  Noción que habría que diferenciar de lo religioso y de la tradición antropológica cubana.  Montalván cree que si el arte tiene un sentido, éste es espiritual, o incluso  sagrado, no sólo porque lo sagrado es, según Eliade , la expresión de la conciencia frente al mundo, sino también porque es, según Goethe « lo  que une a las almas » . La función del arte, tanto como la del mito, es favorecer la interrogación del hombre sobre el universo que lo rodea. La obra de Montalván sondea el enigma del sujeto y de su « impulso vital ». En esta perspectiva, reanuda con un conocimiento intuitivo del misterio del mundo y del hombre, intuición que nace de una emoción ante el símbolo mítico tanto como en el estado místico en el sentido de Bergson. Las obras de Montalván invitan a una meditación mística. Porque lo que diferencia al místico del filósofo, es el amor por la humanidad. El místico actúa no para sí mismo, sino para la comunidad de los hombres interrumpiendo la evolución hacia el ego individual. La obra de Montalván es, pues, mística, no porque tienda a crear una fusión con  lo numinoso, sino porque lo hace en nombre de la comunidad de lo vivo. Reconciliando de alguna manera el arte contemporáneo con el arte sacro en el que colores, formas y materias son utilizados en las ceremonias con el fin de hacer revivir tal episodio fundador del mundo, o tal pasaje iniciático de la existencia humana, el arte de Montalván nos hace volver a esta posibilidad de un arte  absoluto que requiere todas la fuerzas del ser y que sólo han podido entrever los artistas mayores.  En efecto, Montalván ha sido siempre consciente de que su trabajo no se limitaba solamente a proposiciones estéticas que tocaba, a través de la metáfora,  a la cuestión más esencial de la vida y de sus ciclos, del tiempo , del individuo. Siempre ha evocado el deseo de volver a una cultura primitiva, una protocultura en la que el hombre se enfrenta  a sus miedos instintivos  y se concibe como perteneciente a un mundo total ; donde lo humano y lo animal, lo terrestre y  lo cósmico forman un todo.
Loque nos ofrece este artista es un gran sueño de primitividad  humana.
       El proceso de la realización  de la obras de Montalván está totalmente impregnado de la importancia que le atribuye a su afinidad con los materiales y su « inquietante extrañeza». Para él, la experimentación a partir de un material dado no es ni una demostración de virtuosismo ni una declinación de efectos retóricos. Está en el corazón de la búsqueda de la forma y del sentido.  La placa de acero corten, el bloque de acero forjado, el cemento, la arcilla , el bronce, la resina, la madera, son los materiales fetiches de Montalván. En su obra los materiales son rudos, brutos, tratados sin complacencia ni monería. Éstos condicionan su escultura y Montalván, no sin tomar riesgos con la tradición estética, con la delicadeza y la armonía de la obra de arte tradicional, redefine su obra gracias a sus propiedades.  La escultura de Montalván  hace alarde de una soberana indiferencia con respecto a todo criterio del gusto y de las altivas jerarquías del saber y del poder artísticos, ella es material , masa, relación con el espacio, con el tiempo, con el hombre.  Ha conservado minuciosamente raíces en la artesanía de su tierra natal y ha sabido mezclar la savia popular de su arte con una dimensión metafísica. La escultura se hace con cosas ordinarias, el lenguaje del artista viene de la memoria de lo que ha visto, es el producto de sus sueños, de cosas conocidas y desconocidas, pero muy pocas cosas que pueden ser nombradas. Ha hecho suya la lección de Cézanne : « Lo que trato de traducirles es más misterioso que nada. Es el embrollo en las raíces mismas del ser, en la fuente de la impalpable sensación »
    Montalván es uno de los más grandes escultores cubanos, pero sería mal interpretar su obra si se la limitara a la escultura. Podemos decir sin vacilar que el dibujo es la mejor introducción a su obra, porque lo ejerce con una fuerza y una soltura que lo hacen  inseparable de ella, a la misma altura. El dibujo, para Montalván, forma parte de un aspecto reflexivo, es una fuerza vital, una actividad completa que remite siempre a su preocupación esencial, al hombre, a su identidad, a su lugar. El dibujo es una de la formas más directas del hombre que existan, la más cercana a su verdadera identidad, también la más natural.  El dibujo y la escultura ( los dos polos del arte ) mantienen en él un diálogo riguroso e indisociable, el uno revela a la otra,  el objeto escultural mismo es como dominado por el pensamiento gráfico, y el dibujo es para él una manera de esculpir con otros medios, de tal manera que la energía que gasta con el hierro o el acero, afinada por la diferencia de técnica, se ve regenerada.  En la obra de Montalván, el dibujo , lejos de constituir un simple complemento de su escultura, se confunde  literalmente con ella, es la corporificación de la inteligencia sensible.
François Vallée
Septiembre de 2017